miércoles, 31 de julio de 2013

LOS REYES CATOLICOS




El de Isabel y Fernando no fue un matrimonio por amor (muy pocos lo eran), pero la pasión y el afecto tuvieron su lugar en una unión determinada por la razón de Estado.

El matrimonio de los Reyes Católicos, realizado cuando ambos eran unos adolescentes y ninguno de ellos era rey ni tenía seguridades completas de llegar a serlo, tuvo consecuencias trascendentales para la historia de España, e incluso del mundo, pues conllevó la unión de Castilla y Aragón, el fin de la Reconquista o el descubrimiento de América. Pero a la vez el enlace revistió una dimensión personal no menos interesante para el historiador. 

Aunque en su origen la unión estuvo dictada por razones de conveniencia política, desde los primeros momentos se advirtió entre los esposos una compenetración especial. En ello no faltó la pasión amorosa, en el caso de Fernando sobre todo en las fases iniciales del matrimonio, cuando en sus cartas a la reina aludía al mal que le causaba la separación o se presentaba como amante despechado; a Isabel, más discreta pero también más constante, la dejaban en evidencia sus recurrentes accesos de celos. Este afecto mutuo no impidió que entre los cónyuges surgieran desavenencias pasajeras, por ejemplo por el empeño de Isabel en hacer visible que ella era la “reina propietaria” de Castilla, mientras que Fernando en Castilla era simple rey consorte, aunque le otorgara plena facultad de mando. 

Con el tiempo entre ambos se impuso una complicidad basada en sus comunes intereses políticos pero también en la preocupación compartida por la suerte de sus hijos. La muerte del príncipe heredero Juan, en 1497, supuso un duro golpe para ambos, agravado por el fallecimiento de su otra hija mayor, Isabel, y del hijo de ésta, Miguel, heredero del reino. 

La sucesión pasó entonces a su tercera hija, Juana, cuyos desequilibrios psicológicos amargaron los últimos días de la reina Isabel, fallecida cuando tenía poco más de 50 años, en 1504. Fernando escribió entonces: "su muerte es para mí el mayor trabajo que en esta vida me podría venir…" 

La juventud y los años de plenitud de la monarquía unificada se habían esfumado, ante un futuro que no se sabía aún qué depararía. Además del apoyo a Cristobal Colón para realizar el viaje que lo llevaría al descubrimiento del continente Américano, la vida de los Reyes Católicos se vió enmarcada por una historia oscura protagonizada por su tercera hija Juana, quien posteriormente fuera conocida en la historia universal como "Juana la Loca". 

Ser recordado por el único atributo del, pretendido o real, desorden mental no parece que sea la aspiración de persona alguna. En cambio, a nuestra protagonista la locura que se le atribuye reviste caracteres singulares, situándola, con todo merecimiento, en la galería de “Amores trágicos”. Según la tradición, enloqueció de amor y celos hacia su marido Felipe I “El Hermoso”, haciendo crisis su pasión con la prematura muerte del mismo.

 Era la tercera hija de los Reyes Católicos a quien casaron con el archiduque austriaco Felipe el Hermoso. La muerte de sus hermanos mayores y de un sobrino la convirtieron en heredera de las Coronas de Castilla y Aragón desde 1500. El mismo año en que fue jurada como heredera por las Cortes de Castilla empezó a manifestársele una enfermedad mental, determinada según algunos por la infidelidad de su marido, hacia quien sentía un amor enfermizo y apasionado. 

Al morir Isabel la Católica, Juana I y Felipe I fueron proclamados reyes de Castilla; pero, dada la locura de la reina, se acordó que gobernarían conjuntamente en Castilla su marido y su padre el rey de Aragón, Fernando el Católico. Las malas relaciones entre el yerno (apoyado por la nobleza castellana) y el suegro hicieron que éste renunciara al poder en Castilla para evitar un enfrentamiento armado. 

Felipe el Hermoso murió por beber un vaso de agua helada después de jugar a pelota. Tenía 28 años, cinco hijos y otro en camino. Cuando éste llevaba varios meses sepultado en la Cartuja de Miraflores, Juana, hizo desenterrar el cuerpo embalsamado. Al llegar a Miraflores, descendió a la fosa sepulcral donde había sido depositado el cuerpo de su esposo, y después de haber permanecido allí durante todo el funeral, hizo subir el féretro y abrirlo, primero la caja de plomo, y luego la de madera, y desgarró los sudarios embalsamados que envolvían el cadáver y hecho esto, se puso a besar los pies de su esposo. 

Bastó el deseo de Felipe de ser enterrado en Granada para que la Reina de Castilla iniciara un peregrinaje con el féretro que duró tres años. La acentuación del desequilibrio de Juana hicieron que Fernando asumiera de nuevo el gobierno de Castilla en 1506. Cuando murió, su nieto Carlos (el futuro Carlos I de España y V de Alemania) se hizo dar el título de rey, aunque Juana siguió siendo reina y en los documentos su nombre figuraba en primer lugar. 

La demencia de la reina se agravó, permaneciendo recluida en Tordesillas hasta su muerte. En 1516 murió Fernando el Católico y Carlos I fue proclamado rey de Castilla y de Aragón, de modo que doña Juana no llegó a suceder a su padre en la Corona aragonesa; pero nunca fue declarada incapaz por las Cortes castellanas ni se le retiró el título de reina. Durante la Guerra de las Comunidades de Castilla, los jefes comuneros alzados en armas contra su hijo intentaron ponerla de su parte; pero ella se negó a intervenir en el conflicto en ningún sentido.

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