El amor nunca fue un factor común entre los matrimonios legendarios de la realeza.
Quizás por eso la unión entre la reina Victoria de Inglaterra y el príncipe Alberto de Alemania continúa causando fascinación.
La reina Victoria nació el 24 de mayo de 1819. Su reinado fue testigo de una gran expansión industrial y del crecimiento de un imperio mundial. En 1877 se convirtió en emperatriz de la India. Su imperio incluía a Canadá, Australia, Nueva Zelanda y gran parte de África.
La joven Victoria y su guapo e inteligente primo hermano Alberto se casaron perdidamente enamorados y 17 años después, nueve hijos hacían parte de sus vidas: cuatro niños y cinco niñas. Pero aunque la pasión entre ambos era evidente, con el tiempo se volvieron presos de una inagotable lucha de poder.
Alberto empezó a encargarse cada vez más de las responsabilidades de Victoria, a quien sus embarazos y ocupaciones como madre la obligaron a hacerse a un lado. La reina tenía sentimientos encontrados: admiraba a su “ángel” por su talento y habilidad, pero a la vez lo resentía por haberla despojado de sus poderes. Las discusiones se volvieron cada vez más constantes y a Alberto le aterrorizaban las rabietas de Victoria. En el fondo siempre existía el temor de que la reina hubiese heredado la locura de Jorge III.
Cuando estaba en sus peores momentos, Alberto se limitaba a dejarle notas bajo la puerta. A pesar de ser una madre prolífica, Victoria detestaba estar embarazada. Cada vez que estaba encinta, decía que se sentía "como un conejo o una cobaya". Lo que más le disgustaba era la lactancia, que consideraba una práctica repugnante. Tampoco era una madre cariñosa, pues pensaba que su deber era ser severa. Su relación con su hijo mayor, Bertie (más adelante Eduardo VII), fue especialmente fría. Desde pequeño fue una decepción para Victoria. Al igual que todos los hijos del rey, Bertie fue educado en casa con un tutor. Le iba mal en las clases y sus padres lo consideraban un tonto. Victoria decía: "Tampoco es apuesto, con esa cabeza dolorosamente pequeña y estrecha, y esos rasgos inmensos. Ni hablar de su falta de mentón". Cuando Bertie tenía 19 años y estaba en entrenamiento con el ejército en Irlanda, tuvo una aventura con una prostituta llamada Nellie Clifden. La noticia devastó a Alberto, quien le escribió una larga carta lamentando su "caída". Después visitó a su hijo en Cambridge y juntos dieron un largo paseo bajo la lluvia. Alberto volvió a Windsor enfermo y falleció tres semanas más después. Lo más probable es que haya muerto de fiebre tifoidea. Otros creen que padecía la enfermedad de Crohn. Lo cierto es que durante años, Victoria culpó a Bertie de su muerte. No soportaba estar cerca de él. "Nunca puedo ni debo mirarlo sin estremecerme", escribió.
De luto hasta la eternidad Durante los 40 años siguientes- el resto de su vida - Victoria se vistió de luto, rara vez aparecía en público y cuando lo hacía era de mala gana. A los ojos de su pueblo, la pequeña "viuda de Windsor" era una patética y desconsolada figura. La realidad era muy distinta. Ser hija de la reina Victoria era como jugar eternamente al juego de las sillas - siempre había alguien que quedaba por fuera. Y siempre había un favorito. Los cambios de ánimo de Victoria eran desconcertantes y sus rabietas causaban pavor. No sólo era la madre de sus hijos, sino también su soberana, y nunca dejaba que lo olvidaran. Mantenía en la casa a su hija menor Beatriz (conocida como Baby), quien vivía aterrorizada de su madre. Victoria quería que Beatriz permaneciera soltera. Cuando ésta le anunció que estaba comprometida con un guapo príncipe alemán, Victoria se negó a hablarle por seis meses y aceptó con la única condición de que la pareja viviera con ella.
La hija rebelde era Luisa. Coqueta, atractiva y decidida, se negó a casarse con un príncipe alemán. En su lugar, optó por el marqués de Lorne, hijo del duque de Argyll. El príncipe Alberto solía colocar y decorar árboles de Navidad en Windsor en la década de 1840. Su decisión resultó ser un error - el matrimonio fue infeliz, no tuvo hijos y se rumoraba que el marqués era homosexual. Victoria controlaba a sus hijos varones de la misma manera.
Leopoldo, quien heredó la hemofilia, fue el que más sufrió. Victoria lo describía como "un niño de aspecto común". Siempre trató de hacerlo vivir como un inválido. Cuando era niño, el servidor que cuidaba de él lo molestaba, pero Victoria se negaba a escuchar sus quejas. Victoria quería que sus hijos fueran como el príncipe Alberto. El único que se parecía a su padre era Arturo, el tercero de los varones, años después duque de Connaught. Él era su favorito – siempre hizo lo que le ordenaron y tuvo una exitosa carrera militar. El hijo con quien más peleó fue Bertie, el mayor. Una vez dijo que su mayor problema era que se parecía mucho a ella. Y tenía razón. Al igual que su madre, Bertie era codicioso, apasionado, y explosivo. Pero tenía un don supremo - su encanto personal. Como príncipe de Gales, Bertie tuvo que lidiar con múltiples escándalos. Uno de ellos fue el hecho de que Victoria nunca le permitió acceder a documentos gubernamentales. Pero la historia tuvo un final inesperado.
Bertie nunca rompió relaciones con su madre. Y cuando finalmente la sucedió en el trono a los 59 años, hizo un buen trabajo. Eduardo VII, quien falleció en 1910, modernizó la monarquía, una de las razones por las que su sucesor, Jorge V –y la realeza británica como institución– sobrevivieron a la Primera Guerra Mundial, mientras que muchas otras casas reales no lo lograron. Quizás la reina Victoria no era tan mala madre después de todo.
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